Marbella, la «perla» de la Costa del Sol que nunca dejó de brillar

30.08.2018

Epítome del «glamour» de los veranos españoles y aun sin la «nobleza» de antaño, su esencia de calidad sigue muy viva

Para varias generaciones de españoles, durante un tiempo tan sinónimo de verano fue coger el coche para irse al pueblo como comprobar en las revistas del corazón que Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz continuaban un año más con su despeinado y sudoroso baile en alguna de las fiestas que se celebraban en Marbella.

Entre los años 70 y 80 la «perla» de la Costa del Sol fue el epítome de la diversión estival más lujosa, con sus galas benéficas, sus celebraciones sin fin y su laureada nómina de nobles venida de toda Europa. Todo, envuelto en ese «glamour» no exento de una ostentación que ahora, con el tiempo, casi nos parece tierna.

Sobre todo porque hoy la opulencia pública se ha degradado varios enteros. El lujo marbellí se manifiesta hacia afuera en una exhibición continua de descorche de botellas del champán más caro en clubes de playa tomados por hormonados ricos rusos y siliconadas señoritas en traje de baño. En cuanto al fenómeno cutre y globalizado de las despedidas de soltero y la ramplonería obscena que se ha hecho con la primera línea de Puerto Banús, mejor dejarlos para otra ocasión.

Pero aunque de manera más silenciosa y discreta, y sin los grandes nombres de antaño, Marbella no ha perdido su imán, recuperada ya de los peores efectos de los años oscuros del gilismo. Los árabes ya son minoría mientras la inversión nórdica toma el «triángulo de oro» (Marbella, Benahavís y Estepona).

Continúa existiendo un turismo de enorme calidad compuesto por grandes fortunas que sigue jugando al golf, divirtiéndose y sobre todo solazándose con su clima privilegiado. Solo que ahora lo hace recluido en sus mansiones de varios millones de euros. Y sin mayor ostentación que la de sus lujosísimos restaurantes o los palcos del festival Starlite, que ha vuelto a regenerar la noche veraniega con un largo ciclo de primeras figuras en la rehabilitada cantera de Nagüeles. O en Olivia Valère, la discoteca más longeva.

El Marbella Club

«Las formas cambian y todo se homogeneiza, pero las reglas sagradas están ahí». Lo afirma Rafael de la Fuente, que fuera director de los hoteles de cinco estrellas Los Monteros y Don Carlos, además del Villamagna de Madrid.

Conviene adentrarse de su mano experta en aquella historia que comenzó con el Marbella Club, «el hotel que no quería parecer un hotel». El alojamiento que ideó Maximiliano de Hohenloheaconsejado por su excéntrico primo Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey. Ambos, inventores de Marbella y su cuidada estética, clave para entender el devenir de esta ciudad. Abrió en 1954 y pronto se convirtió en lugar de peregrinación de lo más granado de la sociedad internacional.

Lo mismo ocurrió con Los Monteros, que consiguió la primera estrella michelin de España para restaurante de hotel (hoy hay cinco establecimientos laureados en la localidad). Y que concibió La Cabane, el club de playa que sería copiado hasta en Dubai. No puede olvidarse Puerto Banús, alojamiento de los más lujosos yates, como el «Nabila» de Kashoggi.

Desde la atalaya de sus años de experiencia, De la Fuente reconoce que la Marbella «de platino» que se dio entre 1971 y 1983 «es algo irrepetible», pero destaca la «enorme vitalidad» que sigue manifestando. Y sobre todo, cómo tras el espantoso desarrollismo del GIL supo generar los anticuerpos para que hoy en día, por ejemplo, siga vetada la construcción en altura. Hace pocos años, una iniciativa en este sentido que partía con apoyo institucional recibió tal rechazo ciudadano que hubo de ser abortada. Afortunadamente.

Se echa de menos, es cierto, el porte de Jaime de Mora. O el torrente de Lola Flores. Pero quien aún tiene la suerte de embriagarse con la noche mediterránea de buganvilla y jazmín sabe que la esencia de Marbella continúa viva.

Fuente: ABC